sábado, 3 de noviembre de 2012

[ Se acerca el invierno ]

Adorabas la Navidad. Solías sentarte junto al árbol, completamente adornado con aquellas bolas de colores que parecían enormes caramelos, apetecibles y sabrosos; lo mirarías durante horas... Jugabas a encender y apagar las lucecitas que lo rodeaban y que cada vez, te sorprendían con un villancico diferente. Tu preferido era Jingle Bells, lo recuerdo bien.
También me acuerdo de cómo sonreías cada vez que caían pequeños copos de nieve. Esos diminutos cristales de agua helada te hacían ser el niño más feliz sobre la faz de la Tierra. Corrías a aplastar tu nariz pecosa sobre el cristal para observar con más detalle, cómo iban cubriendo con un manto blanco los columpios del jardín.
Era tu época favorita del año... Lo que más ilusión te hacía, sin lugar a dudas, era la noche mágica en la que aquellos personajes tan curiosos, a los que llamaban los Tres Reyes de Oriente, recorrían todo el mundo regalando ilusión. Me obligabas a calentar un vaso de leche y a coger varios mazapanes, para que se los pudieran comer cuando descansaran en nuestra casa. También me hacías limpiar los zapatos y colocarlos bajo el árbol. Cómo lo odiaba...
Sin embargo, aquella Navidad fue diferente. Aquella noche, que se suponía que sería mágica, como todas las demás, no lo fue. Y todo por aquella estúpida llamada. Aquella estúpida voz de mujer que dijo que el abuelo Joaquín había tenido un accidente. Aquella horrible cara de estupor que puso mamá, y el llanto incontrolado de papá, que significaban que algo no andaba bien. Pero lo peor de todo fue, que desde tu dulce inocencia infantil, me preguntases un por qué, y que yo, no te supiera responder.
Aquella noche, las lágrimas congeladas darían lugar a la nevada más grande en la historia de Alcántara...

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