miércoles, 5 de junio de 2013

Pequeña de las dudas infinitas.


El futuro era incierto; el presente, arenas movedizas y el pasado se le antojaba un sueño, apenas unos trazos emborronados en el lienzo de su vida. Dónde iba, quién era o qué quería eran preguntas frecuentes que solían azotarla de forma inesperada y ella se veía incapaz de responderlas. "Solo viviendo lo sabremos", le contestaba la aguda voz de su conciencia. Pero, ¿y si al final del camino veía que no era lo que había esperado que fuera? Buscaba algo entre los ojos de todos esos seres que la rodeaban, algo que le hiciera despertar de su profundo letargo. Observaba el río nacer de lo alto de la montaña, a la abeja dar vida transportando el amarillento polen,  al sol y la luna enfrentados en esa constante lucha antagónica por conquistar el firmamento; ¿y ella? ¿Cuál era su sino, su sueño a perseguir? Las noches de diciembre junto al fuego eran su perdición. Se veía reflejada en las llamas que reducían los leños a cenizas y no podía más que sentirse un  personaje secundario en aquel inmenso escenario llamado universo. "En polvo nos convertiremos"... Estúpidos literatos que le hacían enloquecer en sus propias paranoias. Y así llegaba el estío vespertino, con sus breves noches, sus días infinitos y sus sueños incumplidos. Trescientos sesenta y cinco momentos repetidos a lo largo del calendario renovado siempre en la pared de su habitación. Ella que nada sabía, ella que todo ansiaba conocer. Pero sobre todo, ella que deseaba vivir y ser vivida.
 

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